¿CONTRAPODERES GLOBALES?
Ciertos analistas pronostican que algunas economías intermedias alcanzarán a las potencias centrales. Identifican esta evolución con una nueva fase de la globalización que favorecería a los países pobres. Estiman que las nuevas potencias avanzarán junto a la inversión externa, la localización de las empresas transnacionales, la ampliación de la clase media y el fortalecimiento de las finanzas locales. Este giro acentuaría, además, la gestión multipolar de las tensiones globales1.
Pero cualquiera sea avance de esas economías, ninguna sustituirá en un plazo previsible al rol dominante que ejercen Estados Unidos, Europa y Japón. Ni siquiera las previsiones más exageradas imaginan un reemplazo próximo de ese tipo. En realidad, todas las indagaciones buscan dirimir qué rol jugará China, es decir el principal actor de ese viraje.
Lo ocurrido durante la crisis reciente confirma que ese país mantiene un elevado ritmo de crecimiento (duplicación del PIB cada ocho años). Pero esta expansión no lo sitúa en la función locomotora (o consumidora) global, que cumplen las economías centrales. Esta diferencia es reconocida incluso por los analistas más entusiastas de la potencia oriental, a la hora de evaluar los enormes desequilibrios agrícolas, sociales y demográficos que ha creado la restauración capitalista2.
El modelo chino se sostiene en una elevada tasa de explotación de la fuerza de trabajo que limita el crecimiento equitativo del mercado interno. La vieja pobreza absoluta del agro ha sido sustituida por una nueva desigualdad social en las ciudades, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.
Esta fractura se acentuó durante la crisis del 2008-09. La elite dominante decidió profundizar el curso capitalista, aumentando la conversión de inmigrantes rurales en trabajadores precarios de las urbes, afianzando el cierre de empresas no competitivas y estrechando su asociación con firmas transnacionales.
El reciente plan de incremento del gasto público se inscribe en esa dirección. En lugar de mejorar el poder adquisitivo popular, se resolvió subsidiar a las compañías que ya están en manos de los capitalistas chinos. Con reglas neo-liberales, mayor despliegue financiero y terciarizaron laboral, la nueva clase dominante busca reforzar su poder.
China concentra la atención de todos los analistas, en la medida que ningún otro país se perfila cómo líder de un bloque emergente. Incluso la propia constitución de esa alianza es un dato incierto, en los escenarios sociales potencialmente explosivos en que actúan esas naciones. El ingreso per capita vigente en los BRIC presenta una diferencia abismal con las economías avanzadas y se ubica también por debajo del promedio de 50 países3.
Habrá que ver, además, si ese bloque logra consensuar una estrategia común, ya que sus integrantes mantienen fuertes divergencias en el plano comercial. China e India se oponen, por ejemplo, al aperturismo de Brasil. Por otra parte, cada subpotencia privilegia su propio interés geopolítico regional y recibe tentadoras ofertas de alianza bilateral por parte Estados Unidos.
Es muy significativo que durante la crisis reciente, China no dudara en priorizar su relación comercial-financiera con el gigante norteamericano. Ciertamente el taller del mundo no puede seguir abasteciendo a un gran consumidor del planeta, al precio de un déficit comercial y fiscal que trepa sin cesar. Pero existen pocas alternativas a ese esquema.
La nueva potencia oriental ensaya esas opciones, mediante una expansión del mercado zonal. Pero en este terreno disputa con sus socios del ASEAN, el manejo de los principales nichos de exportación. Desde la crisis del Sudeste Asiático del 2007, China le ha ganado a sus vecinos todas las batallas en la recepción de las inversiones o la ampliación del superávit comercial. Pero esta victoria ha sido la fuente de innumerables tensiones4.
El mismo tipo de conflictos enfrentan las restantes economías intermedias. Las acciones fronterizas de Rusia y la expansión de las multinacionales brasileñas en Sudamérica generan problemas de toda índole.
No hay que olvidar que los principales grupos capitalistas de la semiperifieria prosperaron bajo el neoliberalismo con un perfil altamente codicioso. Se forjaron al calor de las privatizaciones y buscan emular el estilo norteamericano de enriquecimiento y consumo. Esta ambición por lucros inmediatos choca frecuentemente con la consolidación de proyectos más estratégicos, en cada escenario regional.
La crisis del 2008-09 indicó también cómo la contraparte estadounidense pretende cooptar a las elites de los países intermedios. Con ese objetivo fueron convocadas las Cumbres del G 20 y comenzó a negociarse una redistribución del poder dentro del FMI. Estos arreglos podrían extenderse incluso a cierta ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU. Para reafirmar su liderazgo imperial, Estados Unidos busca reforzar la influencia de los nuevos socios, en desmedro de Europa y Japón.
Pero esta asociación también requiere el sometimiento económico de importantes grupos capitalistas de las economías medianas. Si la primera potencia no logra neutralizar la resistencia de esos sectores, optará por la hostilidad. Esta alternativa es debatida especialmente en la cúpula del establishment norteamericano, a la hora de precisar la estrategia frente China y Rusia, los dos viejos contendientes de la guerra fría.
Hay muchas variantes posibles, en un escenario que ha cambiado varias veces durante la etapa neoliberal. De un ascenso de los “No Alineados” durante el auge de los Petrodólares, se pasó en los 80 a un colapso de endeudamiento y regresión de la periferia. Luego sobrevino el avance y estancamiento de Japón, el despertar y la crisis del Sudeste Asiático y las frustradas promesas de la Unión Europeo. Si se repiten estas oscilaciones, la performance de las economías intermedias puede cambiar con vertiginosa celeridad.
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