PERIODICIDAD RECIENTE
La eclosión del 2008-09 se enmarca en la misma etapa de otros estallidos del período neoliberal, como la burbuja japonesa (1993), la caída del Sudeste Asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000) o el descalabro de Argentina (2001). Este tipo de temblores se suceden con gran frecuencia y ocasionan terribles padecimientos sociales. Pero al mismo tiempo, se inscriben en un período signado por la recuperación de la tasa de ganancia y la reapertura de los campos de inversión.
Las crisis en curso forman parte de una etapa neoliberal, que incluyó significativas transformaciones en el funcionamiento del capitalismo. Estos cambios suponen otra localización geográfica del capital, incrementos de la tasa de plusvalía, mayor internacionalización financiera y una reorganización productiva en torno a las nuevas tecnologías en la información. Implican también un salto cualitativo en el alcance de la mundialización, un incremento de la presencia de empresas transnacionales y la vigencia de nuevos esquemas de financiamiento. Las diferencias que separan a este modelo de su antecesor de posguerra se verifican en múltiples planos1.
Estas transformaciones han generado desequilibrios que irrumpen a través de crisis de sobreproducción y sobre-acumulación. La remodelación del capitalismo ha creado desbalances entre el ahorro y la inversión y brechas entre el ritmo de la acumulación y el consumo. Estos desajustes salen a la superficie durante las eclosiones financieras, expresando contradicciones específicas del período neoliberal. Son conmociones que no indican desarreglos genéricos de cualquier estadio del capitalismo, ni prolongan tensiones de la era fordista.
Remontar el problema a esta última etapa conduce a vislumbrar la eclosión del 2008-09 cómo un nuevo peldaño de otra crisis precedente. En este caso se resalta la existencia de un desequilibrio irresuelto desde los años 70. Muchas versiones de este enfoque atribuyen el carácter perdurable de esta crisis, al rol dominante que han jugado las finanzas2.
Pero esta caracterización no pondera adecuadamente el corte que introdujo la ofensiva patronal del neoliberalismo. Ese atropello cerró la convulsión sufrida por el capitalismo al concluir el boom de posguerra, revirtiendo la fuerte retracción de los mercados que predominó durante las crisis de 1974-75 y 1981-82. Este viraje generó la expansión posterior de la inversión, que ha terminado desencadenando las eclosiones actuales.
Los últimos cuarenta años no han estado signados por la continuidad de crisis, sino por una ruptura que delimitó dos procesos diferenciados. Esta distinción es muy visible en el plano financiero, ya que la titularización, los derivados o el apalancamiento no son legados de otra época. Constituyen efectos directos de la desregulación neoliberal contemporánea.
Ciertamente estos desequilibrios mantienen puntos de contacto con fenómenos anteriores, cómo el mercado del eurodólar o la inconvertibilidad de la divisa norteamericana. Pero estos antecedentes tan sólo crearon algunas condiciones para el desborde especulativo actual. Lo que desató las conmociones financieras recientes fue la reorganización neoliberal, que en los años 80 y 90 desreguló la actividad bancaria, internacionalizó las finanzas e introdujo la gestión bursátil de las firmas.
El temblor actual tampoco obedece a una sobreproducción de largo arrastre. Es un resultado más contemporáneo de la competencia global en torno a los salarios contraídos, que generó la localización de plantas en las regiones que ofrecen altas tasas de explotación. Este tipo sobrecapacidad difiere del sobrante que apareció a fines de los años 60, cuándo Japón y Alemania comenzaron a desafiar la supremacía económica de Estados Unidos.
Los teóricos que observan una continuidad entre ambos procesos, consideran que el excedente de mercancías ha sido el dato dominante de un prolongado período de cuatro décadas. Estiman también que durante ese lapso persistió el deterioro de la rentabilidad y la retracción productiva3.
Pero esta mirada impide distinguir la presencia de dos situaciones distintas. El sobrante de productos que agobia al modelo neoliberal, no ejercía gran influencia en los años 70 y el protagonismo asiático actual estaba completamente ausente de la concurrencia que oponía a los países de la Triada. Al concluir la etapa fondista, la competencia industrial quedó muy concentrada en las propias economías desarrolladas. El alcance limitado de la mundialización impedía, además, gestar el taller global que se ha erigido actualmente en Oriente.
Por esta razón el eje geopolítico del temblor actual -conformado en torno a China y Estados Unidos- era un dato inexistente del período anterior. El ingreso de la sub-potencia oriental al mercado mundial en las últimas dos décadas, modificó en forma cualitativa el contexto capitalista. No añadió simplemente otro rival a un mercado saturado, ni se limitó a exacerbar los sobrantes previos de mercancías.
El significado de este cambio queda diluido, si se presenta a la eclosión actual cómo un nuevo episodio de viejas sobreproducciones. Este enfoque presupone, además, en forma incorrecta, que la tasa de ganancia continuó decreciendo (o se recuperó muy limitadamente), cuándo la reversión de esa caída ha sido el factor determinante de la nueva etapa.
Si se subvalora la envergadura de este giro, resulta muy difícil captar las peculiaridades de la eclosión actual. No basta denunciar al neoliberalismo por los tormentos sociales que ocasiona a las mayorías populares. También es necesario comprender de qué forma alteró el funcionamiento y la crisis del capitalismo.
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