ONDAS LARGAS
Una diferencia importante de la etapa neoliberal con sus precedentes de entre-guerra o posguerra es la ausencia de un correlato nítido con fases de estancamiento o crecimiento de largo plazo. Mientras que las transformaciones cualitativas que caracterizan al período en curso están a la vista, la dinámica cuantitativa del nivel de actividad no presenta signos claros.
Los cambios registrados en el primer terreno son incuestionables. El modelo actual ha incorporado formas de consumo más segmentadas, normas de producción globalizadas y tipos de comercio más liberalizados. También las finanzas han sido des-reguladas, la competencia se desenvuelve entre empresas transnacionales y las protecciones sociales del estado han perdido gravitación.
Pero estas transformaciones no se proyectan al ritmo de actividad. Resulta difícil definir el perfil de la etapa en términos de intensidad o quietismo productivo. No se ha repetido la tónica depresiva de 1914-1945, ni la pujanza de 1945-75.
En las últimas décadas la economía mundial se distanció del comportamiento relativamente homogéneo que mantuvo en los períodos precedentes. Han coexistido situaciones muy variadas, como el estancamiento de Europa, el ascenso y recaída de Japón, los vaivenes de Estados Unidos, el despegue asiático y la regresión de la periferia. ¿Cuáles son los patrones de esa evolución?
Una minoría de partidarios del esquema de ciclos largos de Kondratieff postula la vigencia de una onda ascendente. Consideran que esa tónica se ha estabilizado por el efecto combinado de tasas de beneficios elevadas e intensa innovación tecnológica. Estiman que un ajuste recesivo corto (1974- 1982) fue seguido por cierta indeterminación, que a mitad de los 90 desembocó en el debut de una fase expansiva1.
En la vereda opuesta se ubican quiénes resaltan la persistencia de un curso descendente desde los años 70, que atribuyen a la ausencia de una potencia hegemónica, capaz de timonear el crecimiento global. Pronostican un contexto de caos geopolítico que se prolongaría durante dos décadas2.
Ambos enfoques toman distancia de la temporalidad clásica de ondas sucesivas de distintos signo cada dos o tres décadas. Cómo esta secuencia ha quedado claramente vulnerada, otros analistas estiman que los ciclos largos han perdido utilidad para evaluar el capitalismo actual.
Pero desechando la indagación de los movimientos extendidos se renuncia a un instrumento importante para comprender el período en curso. La temporalidad de las fluctuaciones prolongadas siempre ha dependido de las singularidades de cada etapa histórica. Estas peculiaridades han quedado signadas en la actualidad por la mundialización neoliberal. Es muy probable que el avance cualitativo de la internacionalización comercial, financiera y productiva opere como el factor contemporáneo más condicionante de esas fases, a través de su impacto sobre tasas de ganancia, que también se han globalizado parcialmente.
En cualquier caso, estas incógnitas no serán resueltas recurriendo al viejo contaste de la etapa actual con el boom de posguerra. Esta contraposición universaliza una época específica, cómo patrón general de desenvolvimiento capitalista y olvida que los años 50 y 60 solo incluyen un pequeño recorte de la historia de este sistema.
El auge de 1896-1914 que sucedió a la crisis de 1873-96 ofrece incluso pistas de mayor interés para develar el curso reciente. Fue un período con varios ingredientes próximos a la época actual (deflación, libre-comercio, internacionalización, liberalismo), que registró una fase de expansión mediana (19 años) y no abarcó a todos los países.
La interpretación marxista de las ondas largas ofrece un punto de partida más sólido para indagar la dinámica actual de estas fluctuaciones. Esta visión siempre mantuvo cierta distancia crítica hacia la periodización fija, al explicar el debut de cada movimiento largo por el desenlace de la lucha de clases. Este esquema se aleja de las cronologías estrictas, desde el momento que la confrontación clasista opera como determinante extra-económico de la tasa de ganancia, que a su vez define el inicio de una onda larga3.
Pero una aplicación de ese criterio plantea serios desafíos, ya que su diagnóstico se ubicaría más próximo a una onda ascendente que a un declive. Los dos presupuestos de esa mirada para la fase expansiva -un shock político exógeno favorable al capital y una recuperación estructural de la rentabilidad- se han verificado en las últimas décadas. Con el colapso de la URSS y la restauración burguesa en China, el capitalismo se generalizó a todo el planeta y la tasa de ganancia ha registrado una nítida recomposición.
La tónica actual del movimiento largo persiste cómo un problema irresuelto, pero dentro de una nueva etapa neoliberal de contundentes contornos. Seguramente el análisis de la crisis contribuirá a resolver esta asignatura pendiente, mediante estudios del impacto regionales y las causas de la crisis. En los próximos textos abordamos ambos problemas, evaluando el efecto del temblor en América Latina y analizando las discusiones teóricas marxistas sobre el origen de la eclosión.
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